miércoles, 23 de diciembre de 2015

Érase una vez el semáforo.

El peruano es suicida, es un imbécil con tendencias autodestructivas patológicas. Para afirmar esto pondré un ejemplo de tantos que se pueden encontrar, un día de semana cualquiera, aproximadamente las 7:30 de la noche, avenida Panamericana Norte, altura de la primera entrada de Pro.

Estoy camino a casa luego de un largo día de trabajo y me dispongo a cruzar la Panamericana (carretera de alta velocidad que atraviesa la ciudad), estoy esperando que cambie la luz del semáforo a verde a fin de poder cruzar sin terminar debajo de un tráiler o arrojado varios metros por algún automóvil y una mujer de aproximadamente 30 años con una niña pequeña en brazos intentando cruzar.

Luego de algunos intentos por ganarle a los automóviles que pasaban de forma casi ininterrumpida no me pude contener y le increpé su temeraria actitud, haciéndole ver que no sólo ponía en riesgo su vida, si no la vida de su pequeña niña.

Ante esto la mujer me miró con cara de extrañeza, sin llegar a comprender por qué un desconocido le decía eso, o quizá no entendía por qué es que cruzando la pista como estaba intentando hacerlo podría estar en riesgo su vida o la de su niña, quizá lo que no comprendía era el significado de arriesgar su vida, quizá era sorda y el estúpido era yo, no lo sé.

Lo que sí sé, es que esa conducta autodestructiva no tiene que ver (al menos no directamente) con el respeto a las leyes y reglamentos, no tiene que ver con valores de orden y respeto; nada de eso, de lo que estamos hablando es de un instinto básico de conservación, de la preservación de mi integridad física.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Tercermundista, imbécil y feliz

Empiezo este blog por una necesidad de hacer catarsis, para botar toda la mierda que a diario veo y necesito (por un tema de higiene mental) descargar en algún lugar; y a su vez con la esperanza de que se comparta y pueda cambiar en algo las situaciones cotidianas que, en él se irán describiendo, o por el contrario alguien que me demuestre que estoy equivocado y que lo que escribo no es cierto.

Pero antes de empezar, algunas aclaraciones, si alguien se ofende o se resiente con mi teoría de que el peruano promedio es imbécil, lo lamento, como lo acabo de mencionar, si algo de lo que escriba en este blog no resultase ser cierto, estaré feliz de que me demuestren que estoy equivocado.

No pretendo generalizar, pero la realidad me dice que si bien no son todos los que actúan así, la mayoría lo hace, esto ocasiona que la sensación que se tenga sea generalizada, soy consciente y sé que existimos algunos bichos raros que no sólo no lo hacemos, si no que nos resistimos a asumir que es normal que alguien lo haga.

Pero, ¿a qué me refiero? Pues a esa actitud desquiciada, enfermiza, autodestructiva que nos hunde cada día más en el subdesarrollo y que nos convierte en un país ya no tercermundista, no, nosotros ya vamos por el 5 o sexto lugar. Ojo que esto no tiene que ver con los indicadores macroeconómicos y una serie de tecnicismos que no entiendo y obviamente no me detendré a analizar.

Esto tiene que ver con hechos cotidianos, con actos tan simples como arrojar basura en la vía pública, pasarse la luz roja (tanto vehículos como peatones), “zamparse” en las colas, tocar el claxon de forma compulsiva y una larga lista de acciones que cualquier persona con tres dedos de frente se daría cuenta de lo dañinas que resultan para todos como sociedad y por lo tanto nos hunden en el retraso en el que efectivamente estamos.

Pero mi teoría sobre la imbecilidad del peruano se debe a que quienes actúan así lo hacen por dos motivos principalmente, el primero se debe a que no se dan cuenta de lo que están haciendo, precisamente su condición inferior intelectualmente hablando, no les permite darse cuenta de lo que está haciendo. Pero hay un segundo grupo, que a mi parecer, son los que ostentan esta imbecilidad en un grado superlativo, son aquellos que a sabiendas de lo que están haciendo y de lo nocivo de sus acciones, les importa un soberano carajo, simplemente no les hace ni cosquillas el hecho de saber que se están cagando en los demás y en algunos casos hasta lo disfrutan.